Uno de los misterios más grandes para los seres humanos es la muerte. Nunca se está preparado para morir ni para ver morir a los seres queridos.
Pasamos toda la vida tratando de entender lo que nos rodea, y muchas veces no caemos en la cuenta de que un día la vida como la conocemos acaba.
A veces cuando la muerte de alguien cercano llega sin aviso, debemos procesarla luego. Nos vemos acribillados con preguntas de todo tipo que tratamos de contestar sin certeza alguna. Queremos explicar qué pasó, porqué pasó, que hubiera sido si… Le damos vuelta al asunto hasta que empezamos a aceptarlo o a pasar las etapas propias del duelo, o incluso nos cansamos sin llegar a obtener esas respuestas.
Distinto es cuando sabemos que ese desenlace es inminente, que alguien o uno se va a morir pronto. En este caso lo procesamos en medio de esa cuenta regresiva. Siempre sumidos en una angustia interminable, aún cuando el individuo está sufriendo y no hay posibilidades de continuar con vida. Siempre se le tiene miedo a la muerte.
Yo no se muy bien que es lo que hay luego, es decir, no se aún en lo que quiero creer.
Recuerdo que cuando era una niña perdí a varios integrantes de mi familia y tuve el desagrado de participar en esa ceremonia de despedida a la que llamamos velatorio. Mi padre me tomaba en sus brazos y yo me tapaba la cara para pasar por el preciso lugar donde estaba el difunto rodeado de tules y flores, y así seguíamos hacia la otra sala.
Inmediatamente mi postura fue de disgusto ante esta modalidad, ya que lo percibí como una especie de exhibición del dolor de familiares y amigos a aquellos quienes estaban ahí para dar sus respetos. Veía con enojo la gente que se reía dentro de la sala de algún chiste o algún comentario que no venía al caso, mientras a mi no me cabía otra cosa que la tristeza. Desde ese momento pensé que de ninguna manera se debían hacer ese tipo de formalidades, lo mejor era despedir a la persona en un ambiente familiar (cuando digo familiar sin duda alguna me refiero a amigos también). Cualquier persona que quisiera presentar sus respetos lo haría en el funeral y punto.
Aún hoy pienso así, creo que es muy intenso para alguien que ha perdido una parte de si mismo, estar en ese lugar de pasividad mientras a su alrededor desfilan uno tras otro los dolientes presentando sus respetos.
No quiero ser ofensiva, se que hay muchos puntos de vista y hay quienes creen que es necesario que este encuentro se lleve a cabo, así todos pueden despedirse. Lo respeto.
Como también entiendo, luego de ir a uno que otro velorio, la necesidad de distensión por medio del famoso chiste que alguna vez me ofendió tanto.
Hace poco pensábamos con un amigo tras un día entero de duelo, como hay culturas que festejan la vida cuando alguien muere. En lugar de impulsar los sentimientos de pérdida y dejarse embargar por la angustia, deciden festejar la vida de ese ser que ya no está y homenajearlo de alguna manera. Recordar quien fue, y como llegó a ser parte de cada uno de los presentes. Suena increíble hacer algo así, y claro que requiere de mucha fuerza interior, pero también es un acto de dejar ir lo que ya no está.
Los budistas creen en el renacimiento, es decir que aún cuando se produce la muerte física hay continuidad del “yo verdadero” que podría entenderse como la esencia del ser.
Explican que los vínculos que unen a las personas no son solamente de esta existencia. Los que mueren viven dentro de nosotros, nuestra felicidad está compartida de forma natural con ellos. De modo que si los lloramos excesivamente sin lograr superar la pérdida, el “espíritu” del difunto siente la tristeza y no sigue su camino sino que se queda en la tierra aferrado a esa angustia.
Lo más importante para los que estamos vivos en este momento, es vivir con esperanza y esforzarnos para ser felices.
Claro que todo esto en teoría parece ser lo correcto, aceptar las pérdidas como realidades inalterables y aprender a lidiar con ellas resulta la manera más natural de afrontarlo. Solo que al momento de ponerlo en práctica resulta mucho más arduo, en especial cuando no forma parte de la cultura en la cual se vive.
Incluso creo que es justo lo más difícil de afrontar, el poder continuar viviendo sin ese ser amado. Sea como sea todo esfuerzo vale la pena y responde a cada uno, individualmente. Todos tenemos la fuerza para reponernos.
Pasamos toda la vida tratando de entender lo que nos rodea, y muchas veces no caemos en la cuenta de que un día la vida como la conocemos acaba.
A veces cuando la muerte de alguien cercano llega sin aviso, debemos procesarla luego. Nos vemos acribillados con preguntas de todo tipo que tratamos de contestar sin certeza alguna. Queremos explicar qué pasó, porqué pasó, que hubiera sido si… Le damos vuelta al asunto hasta que empezamos a aceptarlo o a pasar las etapas propias del duelo, o incluso nos cansamos sin llegar a obtener esas respuestas.
Distinto es cuando sabemos que ese desenlace es inminente, que alguien o uno se va a morir pronto. En este caso lo procesamos en medio de esa cuenta regresiva. Siempre sumidos en una angustia interminable, aún cuando el individuo está sufriendo y no hay posibilidades de continuar con vida. Siempre se le tiene miedo a la muerte.
Yo no se muy bien que es lo que hay luego, es decir, no se aún en lo que quiero creer.
Recuerdo que cuando era una niña perdí a varios integrantes de mi familia y tuve el desagrado de participar en esa ceremonia de despedida a la que llamamos velatorio. Mi padre me tomaba en sus brazos y yo me tapaba la cara para pasar por el preciso lugar donde estaba el difunto rodeado de tules y flores, y así seguíamos hacia la otra sala.
Inmediatamente mi postura fue de disgusto ante esta modalidad, ya que lo percibí como una especie de exhibición del dolor de familiares y amigos a aquellos quienes estaban ahí para dar sus respetos. Veía con enojo la gente que se reía dentro de la sala de algún chiste o algún comentario que no venía al caso, mientras a mi no me cabía otra cosa que la tristeza. Desde ese momento pensé que de ninguna manera se debían hacer ese tipo de formalidades, lo mejor era despedir a la persona en un ambiente familiar (cuando digo familiar sin duda alguna me refiero a amigos también). Cualquier persona que quisiera presentar sus respetos lo haría en el funeral y punto.
Aún hoy pienso así, creo que es muy intenso para alguien que ha perdido una parte de si mismo, estar en ese lugar de pasividad mientras a su alrededor desfilan uno tras otro los dolientes presentando sus respetos.
No quiero ser ofensiva, se que hay muchos puntos de vista y hay quienes creen que es necesario que este encuentro se lleve a cabo, así todos pueden despedirse. Lo respeto.
Como también entiendo, luego de ir a uno que otro velorio, la necesidad de distensión por medio del famoso chiste que alguna vez me ofendió tanto.
Hace poco pensábamos con un amigo tras un día entero de duelo, como hay culturas que festejan la vida cuando alguien muere. En lugar de impulsar los sentimientos de pérdida y dejarse embargar por la angustia, deciden festejar la vida de ese ser que ya no está y homenajearlo de alguna manera. Recordar quien fue, y como llegó a ser parte de cada uno de los presentes. Suena increíble hacer algo así, y claro que requiere de mucha fuerza interior, pero también es un acto de dejar ir lo que ya no está.
Los budistas creen en el renacimiento, es decir que aún cuando se produce la muerte física hay continuidad del “yo verdadero” que podría entenderse como la esencia del ser.
Explican que los vínculos que unen a las personas no son solamente de esta existencia. Los que mueren viven dentro de nosotros, nuestra felicidad está compartida de forma natural con ellos. De modo que si los lloramos excesivamente sin lograr superar la pérdida, el “espíritu” del difunto siente la tristeza y no sigue su camino sino que se queda en la tierra aferrado a esa angustia.
Lo más importante para los que estamos vivos en este momento, es vivir con esperanza y esforzarnos para ser felices.
Claro que todo esto en teoría parece ser lo correcto, aceptar las pérdidas como realidades inalterables y aprender a lidiar con ellas resulta la manera más natural de afrontarlo. Solo que al momento de ponerlo en práctica resulta mucho más arduo, en especial cuando no forma parte de la cultura en la cual se vive.
Incluso creo que es justo lo más difícil de afrontar, el poder continuar viviendo sin ese ser amado. Sea como sea todo esfuerzo vale la pena y responde a cada uno, individualmente. Todos tenemos la fuerza para reponernos.